"Hubo un periodismo alcahuete de las Fuerzas Armadas"
Foto: Nacho Gaffuri / MDZ
Rafael Morán, un decano del periodismo mendocino.
Periodista con cuarenta años de profesión en Mendoza. Historias, principios, y dictadura.
-¿Cómo viviste la relación entre algunos periodistas, los medios, y la dictadura militar en Mendoza?
-Los militares de la dictadura, en 1976 con la Ley de Seguridad Nacional, censuraron e intervinieron los medios. Tan así, que vinieron a Los Andes dos militares de la Fuerza Aérea a dar las instrucciones. Me acuerdo que San Martín era el Secretario de Redacción, y me dijo “Rafael, vení, escuchá lo que estos señores te van a decir”. Un tipo pasó al frente y me dijo “Se acabó la joda. Acá, vamos a sacar a los delincuentes subversivos de sus cuevas, y no se puede publicar nada, porque vamos a clausurar el diario”. Al día siguiente empezaron las barbaridades y las detenciones. Censuraron a todos los medios, que no dijeron absolutamente nada. ¿Es comprensible? Sí, totalmente. Qué podés hacer… ¿Convertirte en un héroe? No se podía hacer lo que hizo Fabián Calle cuando era subdirector de Los Andes en la época del peronismo. Un gran tipo… Yo le decía “Gran Danés” por su porte y su carácter… Los Andes no era pro peronista, pero tampoco incomodaba al peronismo y conseguía publicidad. Una vez les impusieron condiciones que Felipe Calle, que era el director, no aceptó. Y en una reunión pidió “escribir lo que había que escribir”. Para Fabián, eso fue como una Biblia, y elaboró un editorial tremendo contra el peronismo, que a Los Andes le valió dos días de clausura. Por eso, Felipe Calle lo echó del diario. Pero en 1976 esas cosas no se podían hacer…
-Te costaban la vida…
-Claro, y además las amenazas, el clima de terror. A mí me llamaban de un Comando Anticomunista Mendoza, y me informaban: “Señor Morán… hemos procedido a la voladura de dos cuevas de elementos subversivos… puede pasar a retirar un comunicado en el baño de Vía Veneto” o en el Café Colón, o en la Iglesia San Agustín, y ahí íbamos muertos de miedo a buscar los comunicados, que eran publicados. Eso generó un gran riesgo para los periodistas y les hicimos el planteo a los dueños de Los Andes. Cualquier cosa nos podía costar la vida. Y el directorio acordó no publicar más comunicados, ni de un bando, ni del otro. El asunto es que este tipo del Comando Anticomunista me volvió a llamar para anunciarme otra voladura (había cuatro o cinco bombazos por día), y le dije que no se iban a publicar más comunicados, que el directorio del diario lo había decidido así. No me llamaron nunca más… Pero era muy entendible someterse a esa censura… Nosotros logramos romperla. Estábamos en el edificio viejo, adelante, y la gente se agolpaba en el hall de ingreso para preguntar por sus familiares, que desaparecían en los operativos. La redacción estaba en el primer piso. Lloraban… a mí me tocaba atender a esa gente. Cuando planteaba ese tema, la respuesta era “no podemos hacer nada, nos van a clausurar el diario”.
Un día, vino una mujer y contó –llorando- una detención tremenda. Se habían llevado a su hijo, que era de la Juventud Peronista, a patadas, desnudo, delante de los hijos que gritaban. Cuando la mujer fue al diario su hijo llevaba una semana desaparecido. Todo el mundo negaba la detención. Y fui y se lo planteé a Di Benedetto, porque era un caso terrible. Me permitió publicar un recuadrito moderado, con la historia, y así rompimos la censura. Empezamos a publicar de menor a mayor las atrocidades de las Fuerzas Armadas. Hasta que a un tipo le volaron la casa para abrir una caja fuerte porque creían que tenía unos documentos del ERP.
-También hubo colegas que militaron del otro lado…
-Eran personas con pensamiento proclive al pensamiento militar. De esos, había varios. En la lista que publicó XXIII, y que publicaron ustedes, por ejemplo, no me sorprendió la inclusión de José Domínguez Palazzini, porque en aquella época ya se decía de su participación. Él profesaba simpatía por las fuerzas armadas y de seguridad. Eso es indudable…
-¿A vos, por qué te detuvieron?
-Nunca me lo dijeron. Estuve cuatro meses y medio preso, y ocho meses a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, y nunca supe por qué. Me detuvieron en la redacción de Los Andes. Mi mujer, Norma Sibilia, sí lo supo. Ella escribía gremiales y política en el diario también. Estuvo ocho meses detenida. Cuando ocurrieron las detenciones sabíamos que la mano venía muy mal. Habíamos dejado nuestros hijos en otro lado, con mis suegros, y ella estaba en la casa de un tío cerca del palacio Policial. Allí la iban a ver Alfredo Mosso y otra persona para contarle cómo venía la mano, hasta que un día Alfredo le dijo que se iba con su esposa, Maricarmen Cubillos, a Perú. Hubo un allanamiento tremendo en mi casa, pero aunque no había nadie no pudieron entrar. Los del Ejército tiraron gas lacrimógeno y les hizo efecto a ellos… fue tragicómico…
"Los Andes jugó un papel muy miserable en esa época... En vez de protegernos... Coll le mandó a mi mujer, presa de la dictadura, un telegrama para que se presentase a trabajar"
Después de aquello, en Los Andes estuve muchísimos años proscripto, igual que Di Benedetto. Él, Bonardel y mi señora fuimos los presos de Los Andes en ese momento. El diario, en vez de protegernos, tuvo ese rol miserable.
-De Los Andes se decía que estaba “infiltrado”...
-Es muy probable. Recuerdo que un secretario de redacción, de apellido Coll, un tipo intelectualmente apto, profesor de metafísica pero muy gris, le mandó a mi mujer, que estaba presa de la dictadura, un telegrama intimándola a que se presente a trabajar. Los Andes jugó un papel muy miserable en ese momento. Cuando murió Coll, y tuvieron que desocupar su escritorio, Enrique Ferrari encontró una lista de periodistas con anotaciones como “zurdo”, “conflictivo”, “peligroso” y cosas por el estilo. Enrique se la entregó a un periodista relacionado al sindicalismo, a quien no voy a nombrar porque no estoy seguro. Una vez me contó que Ferrari le había entregado algo, pero no recordaba qué había hecho. Mucho tiempo estuve tras esa lista, porque doy vueltas alrededor de un libro. Nunca supimos si ese papel había ido y vuelto a los servicios de Inteligencia o sólo era de Coll. Pero allí estábamos nominados los que habíamos ido presos. Coll era un tipo sospechoso de colaboracionista. Pero más allá no puedo decir.
Me acuerdo de haber gastado la Libreta de Enrolamiento yendo al Comando a preguntar por mi mujer. A veces me atendía Tamer Yapur, interventor en Mendoza… a veces… uno de Inteligencia. Recuerdo haber visto más de tres veces a Domínguez Palazzini entrar a los despachos de Yapur o del general Jorge Maradona como si fueran grandes amigos, junto con Raúl Erbio Bragadín.
-¿Qué rol tenían?
-Bragadín fue un tipo nefasto, el prototipo del colaboracionista. De él sí puedo decir que fue un hombre de las Fuerzas Armadas, del Ejército. Usaba uniforme, y una vez entró al Andino con una pistola Ballester Molina en el cinturón para clausurar el diario, durante el “Mendozazo”. Cuando estuvimos presos en el 8vo de Comunicaciones, en un viejo barracón, por la rendija de la puerta lo veíamos pasar –muchas veces- a Bragadín junto a los torturadores. Él fue quien me hizo detener. Estábamos en Los Andes, a las cinco de la mañana después de una segunda edición, y Bragadín entró a la redacción como si fuera el dueño. Me acuerdo que lo increpé, porque las patotas se habían llevado detenido a Alberto “El Perro” Atienza, y su mujer había venido al diario a pedirnos que hiciéramos algo por él. Le dije a Bragadín que se dejaran de joder con la gente que no tenía nada que ver y que buscaran a los que sí eran terroristas. “Yo no se nada…” me contestó, y se fue. A los cuarenta minutos vinieron a detenerme. Claro, habían estado allanando mi casa buscándonos a mi mujer y a mí y no nos habían encontrado. Pero no querían allanar Los Andes, y por eso lo mandaron a él a ver si estábamos ahí… Fue un tipo realmente nefasto. Después se fue a Paraguay y se hizo contrabandista. Nunca más se lo vio en Mendoza… fue el símbolo de un periodismo alcahuete de las Fuerzas Armadas, que lo hubo. No me atrevo a dar otros nombres, porque podría cometer una injusticia… sí digo que había algunos que eran proclives a los militares. Una vez, Fabián Calle, me dijo “siento vergüenza de ser periodista. Nos hemos convertido en policías…”, en referencia a este tipo de gente.
-¿Perdonaste?
-Sí. El arresto nos fortaleció. Les inculcamos a nuestros hijos que no tuvieran rencor. Perdonamos en el sentido de no meter el dedo en la llaga permanentemente. Pero no olvidamos. He sido y seré testigo en los Juicios por la Verdad, y cada vez que me entrevistan por este tema digo lo que tengo que decir. Y mirá qué curioso… con los años, a mis hijos les tocó el Servicio Militar… El mayor, donde estuvo detenida la madre. Y el menor, en el lugar en que estuve preso yo. Hice una gestión para que los exceptuaran… pero la ley protegía sólo a los hijos de desaparecidos… Ellos sufrieron allí algunos métodos de discriminación y de presiones, pero también hubo gente que se portó bien…
Fuente: MDZ Por Ricardo Montacuto
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